Cristian era un pibe de Lincoln, una ciudad de aproximadamente 30.000 habitantes, del interior de la Provincia de Buenos Aires que, seguramente, habrá crecido en un ambiente de campo y carnavales con corsos, carrozas, los famosos “cabezudos”, máscaras, bailes y enorme alegría, lo que le hizo merecer la categorización de Capital Nacional del Carnaval Artesanal.
Mariana era una psicóloga porteña, que en su niñez supo pasar por los grupos de Ioná, una tradicional institución judía de Villa Crespo, en la cual, seguramente, habrá conocido a muchas de quienes hoy siguen siendo sus mejores amigas además de tener su primer acercamiento a las tradiciones de su familia y a los rikudim.
Ella de origen judío; él, de familia católica. El destino quiso que se crucen en una fecha muy particular (y difícil de olvidar …): el 10/10/10 (10 de octubre de 2010). Era domingo a la noche y -nadie sabe bien por qué- coincidieron en un conocido boliche del barrio de Palermo: Club Aráoz.
Esa noche, Cristian saludaba a una chica con quien había compartido un tiempo en el secundario, sin percibir siquiera que al lado de ella había una amiga que lo miraba, pero él no la saludó y ella, al sentirse ignorada, se ofendió un poquito … Esa amiga era ni más ni menos que Mariana …
Finalmente ocurrió lo que tenía que ocurrir, el chico del campo conoció a la psicóloga y algo le pasó … se enamoró? Pero lo que en aquel primer encuentro la había puesto a ella en la situación de “ignorada”, ahora se dio vuelta y en los comienzos de esta relación, Mariana no le prestaba mucha atención a Cristian y todos reconocen que, de no haber sido por la insistencia del pibe de Lincoln, esta historia no hubiera tenido un final feliz.
Él se esforzó desde el comienzo para llamar su atención, la llamaba, la invitaba a salir o a encontrarse sólo para verse; hacía planes y no dejaba de llamarla por teléfono por nada en el mundo.
Pronto se convirtió en una relación seria, pero formalizaron a los 6 meses. El 10 de abril de 2011, Cristian le dijo a Mariana que él sentía que ella era su novia y, a partir de ahí, empezó a llevar a Mariana a todos los eventos con amigos y presentarla como su novia.
Para él, el noviazgo fue por decreto; necesitó ponerlo en palabras para sentir que algo había cambiado. Mariana ya se sentía su novia mucho tiempo antes.
Sin embargo, ellos decidieron que aquella fecha tan particular iba a quedar como una marca indeleble en esta historia de amor: cada 10 de octubre celebran un nuevo aniversario de novios.
A los 4 meses de relación Cristian se instaló en Buenos Aires y empezó a frecuentar la casa de Mariana cada vez más seguido. Finalmente en 2015 dejó su departamento y se mudaron definitivamente juntos. De todas formas, nunca dejaron de conducir los más de 300 kilómetros que separan Buenos Aires de Lincoln y así empezaron a soñar una vida juntos lejos de la gran ciudad y en un ambiente infinitamente más tranquilo.
Mariana quería formalizar la relación antes de instalarse en Lincoln, pero Cristian prefería esperar. Hasta que un día, informalmente, Cristian le dio un ramo de rosas, se arrodilló en el piso y le declaró a Mariana “su amor incondicional”. Fue tan inesperada esta actitud, que Mariana ni siquiera se dio cuenta que era su propuesta de matrimonio …
Y finalmente llegó el Gran Día: domingo 30 de abril de 2017. Un fin de semana largo con un clima poco habitual para la época. Era un mediodía hermoso de sol y calor. Parecía que los amigos y las familias estaban muy ansiosos porque llegaron casi todos bien puntuales. El estacionamiento de Punto Bahía Eventos en Vicente López se llenó muy rápido y cerró sus puertas, por lo que varios tuvieron que dejar sus autos afuera. Hasta el sacerdote, que llegó sobre la hora, tuvo que estacionar en la puerta y entrar caminando desde la calle.
La música empezó a sonar, se abrieron las puertas y Cristian entró caminando con Ana María, su mamá. Él estaba sonriente, pero un poco nervioso; a ella se la veía feliz. Detrás entraron los consuegros, Jorge y Flora. Se corta la música y empieza a sonar un hermoso tema en hebreo. Ahí estaba ella, la novia. Sonriente y emocionada caminaba del brazo de su padre, Sergio. Cristian esperó de espaldas hasta que Mariana llegó lo suficientemente cerca como para alcanzar a ver sus últimos pasos. La recibió con un beso en la mejilla, tal como habían acordado, y le ofreció un cálido abrazo a su suegro, que ya estaba soltando sus primeras lágrimas.
La ceremonia transcurrió entre risas, comentarios sobre la cantidad de mosquitos que inusualmente azotaba a Buenos Aires y bendiciones católicas y judías. Tanto el sacerdote como el jazán destacaron el desafío de la pareja de aceptarse a pesar de sus notorias diferencias, no sólo por venir de familias de tradiciones religiosas distintas sino porque él era un pibe de campo, del interior, y ella una psicóloga de la ciudad. Cristian pronunció una frase tradicional, al momento de colocarle el anillo: “Por medio de este anillo te consagro como mi esposa”, y ella, que se la veía emocionada y feliz, le devolvió el gesto con la frase que se utiliza en las celebraciones judías: “Aní le dodí, ve dodí lí” – “Yo soy de mi marido (aunque debió decir “amado” y sus nervios le jugaron una curiosa mala pasada) y mi amado es para mí” (del libro bíblico El Cantar de Los Cantares).
Después las bendiciones, la invocación final compartida por ambos oficiantes debajo del talit (el manto tradicional de oraciones judío), uno de los momentos más emotivos.
Cristian pisó y rompió la copa de cristal que venía a hacer realidad todos los buenos deseos de los invitados para la pareja. “Mazl tov!” “Que vivan los novios!!”.
Todo terminó con un fuerte pisotón. Pero en realidad, esta historia de amor estaba volviendo a empezar.